sábado, 19 de diciembre de 2015

10 COSAS QUE TE HARÁN SABER QUE ESTÁS EN MYANMAR







1. Monjes budistas por doquier.



Los monjes (y monjas) en Myanmar se cuentan en cientos de miles, así que te los encontrarás en todos lados. Hasta en lugares donde nunca te habrías imaginado ver un monje: comprando en el mercado, rebasando en la moto, cargando saldo en la tienda de celulares, y hasta en el banco (sí, los monjes hacen todas esas cosas). Investigar un poco sobre la vida monástica en este país es fundamental, pues aún cuando pueda romper la imagen romántica que tanto nos gusta tener sobre ellos, ayuda a comprender que son gente común y corriente como todos nosotros, no criaturas mágicas con superpoderes.

    –El día que vi un monje fumando y jugando cubilete con unos vagos en las vías del tren, perdieron mucho del encanto-.
Chaira Lilí a una semana de llegar a Myanmar, ciudad de Bago.

El día que un monje se la quiso ligar lo perdieron por completo.

Todo varón en Myanmar tiene la obligación de hacer al menos dos estancias de un año en algún monasterio durante su vida. Generalmente la primera sucede entre los 7 y 12 años, y la segunda después de los 20. Pues, prácticamente todo mundo en este país ha sido monje, y de todos los que se ven, no todos se quedan monjes de por vida. Así que existe toda una escala de grises: como hay gente, hay tipos de monjes. Y están los que se lo toman muy en serio y los que no.

Una cosa sí es incuestionable, y es la importancia que tienen en la educación, y la conservación de la moralidad y valores budistas dentro de la sociedad burmesa, una cuestión que los pone bastante más adelante de Occidente en cuestiones sociales e incluso emocionales. 


2. Montañas sagradas que te recordarán que es hora de dejar de fumar.



Existe una fijación en este país por construir monasterios, templos y demás monumentos en lo más alto e inaccesible de la montaña. No sabemos bien si esto tiene que ver con esta cuestión de acercarse a lo divino, con alguna alegoría en el budismo, o si fue simplemente por joder. Pero vaya que vale la pena descubirlas. Al subir los muchos caminos de escaleras que serpentean hacia la cima te encontrarás un mundo de pagodas, monasterios, altares, Budas y rocas sagradas ... Sí, eso que uno se encuentra por todas partes en Myanmar. Entonces, ¿para qué demonios subir? La mejor razón para hacerlo es el trayecto mismo. Por un lado, alcanzar la cima genera una meta que requiere de un esfuerzo personal -estés en buena condición física o no- que trae un sentimiento de logro al que consigue llegar hasta arriba; por otro lado, te permite descubrir una nueva cara de la vida espiritual de éste país, que es la importancia de la peregrinación. Ahí podrás comprender que el esfuerzo que hacen los locales no es para tomarse una selfie, sino una forma de generar mérito espiritual. Pero, no hay error: tu sí hazte de unas buenas fotos, que tendrás vistas soberbias de la ciudad donde te encuentres.


3. Sobredosis de Budas.


Para los burmeses, si hay espacio en cualquier rincón, cabe un Buda … Es más, métanle dos, y si nada se cae, pónganle tres. Los hay de todos colores y sabores: parados, sentados, caminando, acostados, con ojos abiertos, cerrados, volteados, de pacheco, con la mano abierta, cerrada, al revés, en fin. Para disfrutar de los Budas en este país es mejor tomárselo como conossieur –la actitud del disque le sé y disque me clavo- aún cuando no tengas ni idea de qué tienes enfrente. Si admiras con detalle cada característica de cada imagen, poco a poco la observación se va refinando. Y es ahí donde surge la magia, pues eso detona el sentir de toda la filosofía del budismo y su mística. ¿Por qué está parado? ¿O sentado? ¿Qué trae en la mano? ¿Me está hablando a mi? ¿O a quién? Verás que muy pronto las respuestas llegan y sazonan toda la historia. Tras una semana de viaje por aquí es posible que veas más de diez mil Budas –y esto no es ninguna exageración- pero si escuchas lo que hay detrás de cada imagen, encontrarás la historia de un país.


4. Las sonrisas más hermosas que hayas visto.





¿Hay algo más que decir?


5. La belleza del Thanaka.


Al poco tiempo de llegar a este país descubrirás que prácticamente todas la mujeres –y algunos niños y adolescentes- se cubren las mejillas y la frente con una pintura color amarillo cremoso. Se llama thanaka y se trata de un pigmento natural hecho a partir de la corteza de un árbol que se usa para hidratar la piel, protegerla del Sol, aliviar el acné, pero principalmente con fines cosméticos. Ciertamente es un cuanto extraño al principio, pero es fascinante cuando uno comienza a descubrir la belleza que imprime a los rostros de este país. Y es que en verdad, la gente –toda la gente- se ve hermosa con thanaka. Si lo piensas un poco, verás que no existe gran diferencia con el estereotipo de belleza que Maybelline o Cover Girl tratan de imponer a través de la mercadotecnia internacional, y que las diversas manifestaciones de la belleza en el mundo merecen salir del “exotismo” de las revistas que ya conoces. 


6. Ese inconfundible olor a camarón seco.


El camarón seco es uno de los ingredientes clave dentro de la cocina burmesa y quieras o no, terminarás probándolo. Su gama de presentaciones supera a la de los tintes de cabello de cualquier supermercado: molido, pulverizado, frito, aglomerado, con pedacitos (la versión chunky), en conserva, en dulces, en pasta, en salsa, en curry, en gravy. Literalmente hasta en la sopa, así que resulta más que normal hallar este olor en cualquier calle o cocina –que muchas veces son sinónimos- en este país. El sabor es fuerte y extraño y no suele enamorar muchos paladares occidentales, pero el olor es algo que simplemente no se puede evitar. Pero tampoco es tan malo, recordemos que toda ciudad tiene sus olores característicos: ahí está el metro de París para recordarnos que no todos son agradables, y que hay manera de vivir con ellos y disfrutar la vida.


7. Ver la muerte de cerca cada vez que te subes a un transporte.



Recorrer los caminos maltrechos de Myanmar, sea en moto, taxi o autobús debería ser considerado deporte de alto riesgo. No tardarás mucho en encontrarte viajando a 100 por hora rebasando en curvas ciegas en carreteras de un solo carril. Respira. No temas. Mira a tu lado y observa los apacibles rostros de los burmeses que te acompañan. Entiende que tal vez la siguiente vida pinta mejor que ésta. O tal vez el conductor lo tiene medido milimétricamente y no va a pasar nada. Puede que pasen diez días o más y no veas un solo semáforo o señalización de cualquier tipo. De la cultura vial y el respeto al peatón olvídate, aquí son parte de la literatura de ciencia ficción. Si ya estás entrando en pánico y has decidido bajarte y andar a pie, no te preocupes, también hay diversión allá abajo: la lógica burmesa es que ese vehículo que está a punto de atropellarte bajo ningún motivo frenará. Es tu obligación esquivarlo y correr por tu vida.



8. Gargajos. Chingos de gargajos. Rojos.


Para quien no sabe descifrar los cantos y rezos de los monasterios y pagodas, el soundtrack de este país sin más remedio será el de un escupitajo. Mucho se ha hablado sobre la proclividad de los asiáticos de escupir en cualquier lugar y a todo momento, pero créenos: los gargajos llegan a un clímax sin paralelo en Myanmar. Todo esto viene del hábito a nivel nacional por masticar unos pequeños bocadillos de nuez de areca envueltos en hoja de betel, que tras rumiarlos por un tiempo se escupen donde sea. El consumo de la kuhnia tiene tal magnitud y resulta tan adictivo, que prácticamente no existe un sitio en el país que no esté cubierto de manchas rojas, frescas o secas. Más allá, los daños irreversibles a la higiene bucal que provoca su consumo ocasiona que muchos personajes adictos a este extraño placer tengan sonrisas de ultratumba.


9. El dilema de los billetes.


Cambiar dinero en Myanmar es todo un pasón. Y es que tienen una manía enferma con que el dinero que les entregas parezca recién salido de la imprenta. Nada de manchas, marcas, ni cualquier rayón o tachón de ningún tipo –aun cuando éste no haya sido tu obra- así que revisa tus dólares o euros muy bien antes de venir. Ah, y también tienen que venir bien planchaditos, pues tampoco los aceptarán si tienen el más mínimo doblez, así que olvídate de eso de ponerlos en la cartera.

Obviamente los kyats locales que recibirás a cambio no estarán en las mismas prístinas condiciones que ellos te exigen a ti. Esto realmente no es problema; por más viejo que sea el dinero, sigue siendo dinero. El lío es que en un país donde el billete de mayor denominación es de 5,000 –aunque se rumora que existen de 10,000- y con un tipo de cambio de 1,300 kyats por cada dólar, cambiar más de cien dólares es suficiente para terminar con un gordísimo fajo de billetes hará que te sientas en un videoclip de hip-hop. Para que te des una idea: dos billetes de cien dólares se convertirían en un mínimo de 52 billetes, y eso si acaso es que recibes todo tu dinero en billetes de 5,000. Así que si estás pensando en cambiar 500 de un jalón puede que sea buena idea que lleves un maletín de mafioso. 


10. Soundsystems callejeros a todo volumen.


Es común que en muchos países asiáticos la música salga a las calles en forma de bocinas y equipos de sonido ambulantes. Lo que vuelve a Myanmar tan especial es que no hay ningún otro lugar donde estén peor ecualizados. Parece que para los burmeses cualquier perilla en la consola está hecha para tenerla a tope, da igual si se trata de un mantra budista, un vendedor de ungüentos y pomadas, o un cover del Gangnam Style en burmés (que sí existe). Por las calles y carreteras todos los días se puede observar algún desfile de bicicletas, motos y camionetas armadas de altavoces y bocinas polvorientas y una docena de chavos bailando encima del carrito. Lo más curioso es que el hecho de que el escándalo irrumpa en la cotidianeidad, es parte misma de la cotidianeidad en este país. ¡Que no te extrañe si tu conductor o el fulano que te está atendiendo en la tienda deja lo que está haciendo para irse a bailar al reventón ambulante!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario