viernes, 4 de diciembre de 2015

EL VERDADERO CORAZÓN DE MYANMAR



 Él es Myu. Tiene 20 años, y vive en una aldea selvática en la periferia de Bago famosa por estar infestada de cobras. Ya no le dan miedo y dice que puede tomarlas con la mano. Estudió hasta la primaria y estuvo por un año en un monasterio budista, que es el deber de todos los niños de su país. Nos cuenta que a pesar de que su familia es rica –de la manera que él entiende la riqueza- a sus padres les tocó ser pobres. Son campesinos y de niño le tocó trabajar en los campos de arroz de la región. Es por eso que sus manos y pies son duros y ásperos, y conserva algunas cicatrices. Dice que es un trabajo muy duro y no le gustaría volver a hacerlo.



Entre las pocas cosas que tiene está un viejo radio que sintoniza cada noche para escuchar música en inglés por la BBC. Es así como ha aprendido a hablarlo, a través de las letras de los Beatles, Bob Dylan, los Rolling Stones, Frank Sinatra y John Denver. Dice que cada vez que escucha una canción que le gusta, toma una hoja de papel y escribe lo que puede de la letra. Continúa apuntando la noche que vuelve a escuchar la canción de nuevo. De la misma forma ha aprendido a tocar la guitarra, aunque le parece más complicado ya que no puede hacer apuntes sobre las melodías y depende solo de su memoria. Y también canta. Mucho y muy bien.



Cuando camina por su aldea inventa diálogos imaginarios para practicar su inglés.



–Hi! How are you?

–I’m very fine, what about yourself?

–I’m also fine, thank you!



Hoy en día siente que ya domina las preguntas básicas y ha comenzado a crear historias y vidas imaginarias de los personajes que interpreta. Dice que le cuesta más trabajo porque intenta que alguno de sus personajes sea occidental y conoce muy poco de ellos.  No sabe qué cosas se preguntan o qué cosas se platican.



Pasó de las miradas extrañas y las risas burlonas a convertirse en el maestro de muchos de los chicos de la aldea. Varios pueden vender postales en la ciudad gracias a lo que él les ha enseñado. Para Myu lo que tiene sentido es compartir lo que sabe. Finalmente, a él le gustaría poder practicar su inglés con los otros chicos de su aldea, no solo con los turistas. 



Con los años, el manejar otro idioma le permitió trabajar en una tienda de figuras de madera talladas afuera del Shwe Tha Lyaung, el templo con el Buda más sagrado de todo Bago. Un día mientras vendía souvenirs a un grupo de turistas, el guía del grupo notó lo bien que lo hacía y terminó pidiéndole ayuda para explicarles dónde sería la siguiente parada. Poco después lo invitó a trabajar en el pequeño hotel de su familia.



Myu es el empleado más capacitado del lugar y posiblemente el peor remunerado, ya que no cuenta con estudios profesionales en turismo. Sin embargo, el lo ve como una bendición y cada vez que se refiere a sus patrones los llama “benefactores”. En temporada alta está bastante ocupado con los turistas que llegan al hotel, y cuando es temporada baja sigue trabajando en el templo, aunque le resulta difícil  porque no le gusta mentir y por esto muchas veces no vende lo que él quisiera.



–Some people say they are selling sandalwood. I cannot do it. Not if I am giving the costumers things made of ordinary wood. But in the end is not as hard as the rice fields, I don’t want to go back there. That is why I prefer the guesthouse job. It’s easy and I don’t have to lie.



En dos años trabajando en el hotel consiguió ahorrar 250 dólares americanos y logró comprarse una motocicleta, que le ha resultado de gran ayuda pues le permite ofrecer recorridos turísticos. Pero tampoco quiere trabajar mucho más en esto, solo quiere ahorrar unos 100 dólares más y comprarse un smartphone o una tablet. No sabe bien que hará después. Eso sí, su sueño lo tiene bien claro: manejar un camioncito –o tout-tout, como les llaman aquí- y llevar gente de aquí a allá, pero para alcanzarlo tiene que juntar entre 1500 y 3000 dólares y eso aquí es una fortuna. No sabe bien cómo los conseguirá pero tampoco le preocupa.



–People in downtown are so interested in money. I don’t want money. I just want a comfortable job. I don’t want to live in downtown or in big city. I like my village, that is where I want to be, forever. That is my happiness. Money is not happiness. They think it is, but it’s not.



Nosotros conocimos a Myu el día que llegamos a Bago cuando nos consiguió el boleto del próximo autobús que tomaríamos. Nos ofreció un tour al día siguiente pero dijimos que no. No nos gusta el ritmo de los tours y en general desconfiamos de los operadores. Pero ese no sería nuestro último encuentro con él.




La mañana siguiente lo encontramos en la puerta del Shwe Tha Lyaung, justamente el templo donde vende artesanías en la temporada baja. Nos saludó con una enorme sonrisa, y nos invitó a tomar el tour con su familia que había venido a visitarlo desde muy lejos. Habían rentado un tout-tout y nos dijo que no había que pagar nada, solo esperaba que no nos molestara compartir el transporte con su abuelita, sus tías, y sus sobrinos. –It will be a little bit tight!- nos advirtió.



Por supuesto aceptamos, y aunque no visitamos sitios que a nosotros nos parecían interesantes resultó un paseo inolvidable, aún cuando nunca pudimos entablar conversación con su familia.



Nos pareció un chico tan auténtico y de buen corazón que decidimos hacerle un regalo: una cámara que ya no usamos mucho y llevábamos como repuesto para el viaje. Tal vez no era el smartphone o la tablet que tanto quiere, pero era algo de ese mundo. Cuando se la dimos no lo creyó. Dijo que era un sueño hecho realidad. No conserva fotos suyas y nunca había podido tomar fotos en momentos especiales con su familia o con sus amigos. Su alegría nos conmovió mucho y no pudimos contener una que otra lágrima. Como agradecimiento, nos invitó el día siguiente a visitar todos los lugares que su familia había decidido saltarse.



La mañana siguiente, al llegar al taller de cigarreras donde nos había llevado para comenzar el paseo le preguntamos por su cámara.



–My boss asked me what it is and told me she wants it. She has laptop computer, smartphones, many tablets, many cameras, but she said it is Samsung and she has no Samsung. She offered me in exchange this phone that I cannot use. It’s broken so I cannot use.



Nuestros rostros cobraron una mezcla de rabia y desilusión que hasta él percibió.



–I’m very sorry, but there is nothing I could do. She is my benefactor and I want to keep my job. She calls me “son” … but sometimes I think it don’t come from the heart. Please forgive me, it was my mistake because I had it in my hand and I let her see. I should have put it away.  



No conseguimos poner mucha atención al taller después de la noticia. Hacía mucho no sentíamos tanta rabia, tanta impotencia, tanta tristeza ante la injusticia. Nos costaba tanto trabajo comprender que en un país “budista” existiera gente tan cruel, tan ruin. Tan ojete.



Pero Myu ya había dejado atrás aquello y estaba sonriente y feliz de poder mostrarnos su ciudad.



En medio de todo el malviaje, y ya cuando estábamos los tres sobre la motocicleta en dirección hacia la próxima parada, tal vez para aligerar la tensión, Myu comenzó a cantar con gran alegría …



When I find myself in times of trouble,

Mother Mary comes to me.

Speaking words of wisdom,

Let it be.



Así. Una puta bomba.



Teníamos ahí la historia de los pueblos budistas. Ante la injusticia, la vejación y el despojo, la resignación y la paz. Gente que no es capaz de la insubordinación. Gente que pone la lealtad mucho antes que la justicia. Gente que no estalla. Porque para todo budista la justicia no está en esta vida. Es la perturbadora posibilidad de que verdaderamente exista la paz ante el sufrimiento. Es la gran capacidad de vivir la atrocidad y no sólo no inmutarse, sino darle buena cara. Es ahí cuando las palabras sobran y te das cuenta de que el “desarrollo” le queda pequeño a este mundo en muchos sentidos. Y sale debiendo. Si bien es cierto que muchísima de esta gente tiene carencias materiales serias y se encuentran en el abandono jurídico, nosotros tenemos carencias emocionales y espirituales igual de graves. Son lecciones como estas por las que viajamos.



Pero bueno, como nuestra cultura es la de combatir la injusticia y no la de aceptarla estóicamente, decidimos hacerle un nuevo regalo a Myu. Le hemos dado un viejo iPod con el que también quedó fascinado. –¡I can touch music!- nos dijo no sé cuántas veces. Y le hicimos prometer que por ninguna razón sacaría el iPod de su mochila cuando estuviera en el hotel. Jamás.



Al despedirnos en la estación de autobús, nos contó que el hijo mayor de la patrona se había enterado de lo que había sucedido con la cámara y la ha obligado a regresársela. Intentó devolvernos el iPod diciendo que ya le habíamos dado mucho. Nosotros no lo aceptamos y le dijimos que en nuestra cultura un regalo no se devuelve. No sabemos si en verdad le regresarán la cámara, o si se trató de una excusa que inventó porque le da pena no poder correspondernos de la misma manera, o peor aún, si en el hotel se enteraron del nuevo regalo y le obligaron a que lo devolviera. Y también siempre estará la posibilidad de que todo haya sido un engaño o una buena actuación. Pero tal vez sea ahí donde debamos recordar la lección de nuestro amigo: let it be.  

  

1 comentario:

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